Dice un amigo que el uno de enero es un farsante, y que el año empieza el uno de septiembre. Con la amenaza de un frío todavía lejano, con la vuelta a casa, con la rutina. El uno de enero no cambia nada, por más festivo que sea. Sigue el frío, la navidad con sus Reyes Magos, los excesos y los buenos propósitos. El uno de septiembre —que no está para celebraciones— te mete en vereda a golpe de despertador y de nostalgia. De cruda realidad. Hoy, además, el muy traidor —que lo es, aunque avise— cae en lunes. Un último domingo de agosto feliz se convierte de la noche a la mañana en un lunes gris y feo, así brillen cuatro soles.
Me uno a su idea. Sin brindis, sin campanadas y sin adornos. Hoy es año nuevo y haré mis propósitos, entre los que están hablar menos y escribir más. El resto me lo guardo para mí, por superstición, pero me propondré unos cuantos, por si pasado mañana dejo en el camino la mitad.
Feliz año nuevo.